Al cumplirse el primer mes del atentado a las Torres Gemelas me programaron un vuelo a Nueva York. Mientras televisiones y diarios preparaban un especial del atentado yo hacía las maletas, sin olvidarme de la cámara.
Cuando llevábamos más de la mitad del vuelo, en medio del océano Atlántico, recibimos una llamada telefónica por el SAT-1 del Jefe de Día, el comandante Revuelta, y nos informa de un pequeño detalle que ha detectado la policía: un pasajero sudanés que se encuentra a bordo, sentado en la 14-A lleva consigo unos 20 sobres cerrados en cuyo interior dice que sólo hay documentación. Ante la psicosis generada por las informaciones relativas al Ántrax en los medios de comunicación, la noticia nos dejó ciertamente intranquilos.
El pasajero en cuestión aseguraba ser estudiante -pero no hablaba nada de inglés (!?)- y el billete lo había pagado en efectivo esa misma mañana en El Cairo, para hacer el trayecto El Cairo-Madrid-Nueva York-Washington… sólo de ida. El comandante Revuelta nos dijo que no nos preocupáramos, que todo estaba bajo control, pero que tuviéramos en cuenta que las autoridades norteamericanas estaban alerta y que podríamos encontrarnos alguna actuación especial a nuestra llegada a JFK.
En primer lugar avisamos al comandante y le explicamos lo sucedido, para a continuación hacer una segunda llamada y completar la información con el Jefe de Día. Revisamos la documentación especial que nos fue entregada en el despacho de vuelo, especialmente la que hablaba de interceptación por cazas en vuelo. También valoramos todas las posibilidades que se nos podían presentar durante el descenso, aproximación y aterrizaje.
Pepe, que todavía no había descansado, se quedó en cabina para ayudar en lo que fuera necesario, y especialmente para neutralizar cualquier ataque a cabina. A partir de ese momento cerramos con pestillo y establecimos la comunicación con José, el jefe de cabina, mediante los interfonos (cabin).
El sobrecargo sólo contaba con un miembro masculino entre la tripulación auxiliar, pero las chicas nos dijeron que estaban dispuestas a luchar (!las chicas son guerreras!). Entre los pasajeros se encontraba una pareja de la Guardia Civil vestidos de paisano -uno de ellos llevaba una insignia del cuerpo en la solapa- que se dirigían a Los Ángeles para hacer un curso. Aunque no les informamos del incidente, ya sabíamos que podíamos contar con su ayuda, lo cual nos tranquilizó.
El resto del vuelo transcurrió con total normalidad. No se aproximó ningún caza para interceptarnos ni nos dieron instrucciones especiales en tierra. Aparcamos en la pasarela asignada a Iberia y durante el desembarco de los pasajeros se acercaron un par de policías de inmigración de los EE.UU. y se llevaron al peligroso sudanés, con total discreción. Afortunadamente todo quedó en una alarma sin más.
Personalmente no creo que nuestro pobre sudanés fuera un terrorista, ni que los sobres contuvieran el famoso Ántrax (carbunco). Y eso lo puedo asegurar ahora porque una de nuestras intrépidas azafatas se acercó al personaje en cuestión para ayudarle a rellenar los documentos oficiales… ¡y pidió que abriera uno de los sobres!, uno de esos en los que aseguraba llevar documentos. No creo que fuera una buena idea, pero el caso es que de ahí no salieron polvos blancos y todavía seguimos vivos. Será porque no llevaba nada malo.