Los drones militares de EEUU sufren accidentes fuera de acciones de combate sin causa aparente
WASHINGTON (ELECONOMISTA.ES)- La mitad de los aviones no tripulados Predator que Estados Unidos había comprado desde comienzos de la pasada década ya no están en sus hangares: se hicieron añicos en algún momento de su corta vida útil y salvo en contadísimas ocasiones, la culpa no la tuvo el enemigo.
Uno o varios fallos que todavía no han podido ser localizados ha convertido a la flota de robots que tiene EEUU (y que además de a los Predator incluye al más moderno Reaper) en un azaroso enjambre cuyos zánganos pueden caer fulminados en cualquier momento, mientras realizan prácticas sobre la estepa norteamericana o cuando están en plena misión de vigilancia de un líder de Isis entre Siria e Irak.
En 2015, nada menos que 24 de estos aparatos cayeron fulminados en alguno de los accidentes calificados como más graves). No se incluyen en este conteo, por tanto, otros accidentes o incidentes que, pese a comprometer la seguridad del aparato, no terminaron en siniestro total.
Varias fuentes consultadas aluden de forma indiciaria a problemas eléctricos causados por el motor de arranque, que derivan en una pérdida de potencia eléctrica total. Esta causa, que parece no ser la única y que no ha sido en todo caso reconocida por los fabricantes, obliga a utilizar la batería de emergencia para poder seguir pilotando el drone de forma remota.
Mientras investiga las causas de esta especie de epidemia, que el Pentágono asegura que no tiene nada que ver con la actividad enemiga (intentando cortar las especulaciones sobre un posible hackeo de su flota de robots), el alto mando estadounidense le quita hierro al problema.
Sin estadounidenses a bordo, la pérdida de cada uno de estos aparatos es poco más que una pequeña marca en el capítulo de pérdidas por deterioro del abultado presupuesto militar de EEUU: poco más de 4 millones de dólares por avión destruido, en una cuenta anual de 637.000 millones.