Artículo de opinión escrito por Óscar Molina, piloto y autor del blog El ExtradósSegún las estadísticas, es altamente probable que Vd. sea uno de los muchos españoles a los que les ha parecido fenomenal el decretazo que Pepín Blanco ha atizado a los controladores. Si es así, lo más posible también es que su aplauso venga fundamentado en la ignorancia de la situación real de este colectivo profesional, y de las patrañas sobre el tema que han instalado en su conciencia no pocos medios de comunicación. Muy seguramente también, Vd. no se haya parado a pensar que la oferta estelar y nativa de Pepiño a los pasajeros de los aviones que surcan nuestros cielos, consista en la sustitución de estos profesionales por otros controladores, llamados de "Bajo Coste”.
Es decir, que a partir de ahora una parte importante de su seguridad cuando vuele a determinados aeropuertos va a estar en manos de personas con menor formación para ejercer su labor y menor independencia para quejarse al jefe cuando algo le parezca que no es idóneo para el desempeño de sus funciones. Eso sí, dicen por ahí (no se lo crea del todo) que volará Vd. mucho más barato.
La forma más sencilla (y mediocre) de bajar el precio de las cosas en una economía de mercado es reducir primero su valor, y en ello estamos. Lo peor, es que esta minoración de la valía ha llegado ya a las personas. Los pilotos de líneas aéreas hace tiempo que han visto cómo su currículo formativo ha pasado por Corporación Dermoestética, las exigencias para el ejercicio de una especialización médica se van a reducir a la mitad, acabando con el MIR, y pronto veremos cómo Jueces, Arquitectos, Abogados, Notarios, Ingenieros, Marinos Mercantes… y en general todas las profesiones facultativas terminan del mismo modo.
La Nueva Economía, y los Gobiernos que se sustentan a base del compadreo con sus prebostes (como el nuestro) no quieren profesionales, quieren trabajadores. Es más, si por ellos fuese, absolutamente todos los profesionales españoles estarían representados por esa entelequia insaciable de dinero público llamada “sindicatos de clase”, que no es más que una parte subvencionada de este sistema podrido en el que la excelencia está proscrita.
A pesar de todo lo que cuento, y afortunadamente, de momento sigue siendo harto improbable que Vd. se dé una galleta en un avión, muera por incompetencia en un quirófano o se le caiga la casa encima, pero piense en sus hijos… Piense en qué entorno se les va a educar, cuál es la formación que se les va a dar y cuál su horizonte profesional. No hace falta que viaje Vd. al futuro, porque la entronización de la vulgaridad comienza en la infancia, con los aberrantes planes de estudios que han desterrado, no ya los conocimientos más básicos, sino el esfuerzo, la disciplina y la autosuperación.
Nuestro país no es mal laboratorio para el experimento, la verdad. Aquí la palabra “élite” no tiene buena prensa. Los padres de las dos Españas y atizadores de enfrentamientos son peritos en sembrar el resentimiento de algunos hacia los que, por su especialización profesional o laboral, se debería constituir en referencias. El discurso de la caña a un mono remunerado según sus especiales habilidades triunfa sin problemas en la jungla del mileurismo.
Viene de largo, y por mucho que la desaparición de la excelencia no mejore las condiciones de aquellos a quienes se ha enseñado a detestarla y ver en ella un inexistente agravio, la cosa funciona. Para el creciente rebaño, idiotizado a base de la exaltación cotidiana de la grosería y que tiene entre sus héroes a personas cuyo único mérito es contar sus hazañas de alcoba, tirarse los trastos a la cabeza con mayor o menor gracia o mostrar sus narices nuevas, el derribo con aparato de quien está donde está por méritos propios es otro espectáculo. Un entretenimiento en el que además se ven satisfechas muchas frustraciones, todo sea dicho.
Al político, por razones obvias, le viene de perlas el talante cada vez más bovino de la sociedad, del mismo modo que le conviene que cada vez una mayor parte de ella sea escasamente crítica. Si además puede justificar la conversión de lo excelente en vulgar como promoción de la igualdad y la solidaridad, miel sobre hojuelas. A algunos empresarios y directivos de empresas (verdaderos representantes del Bajo Coste en su ámbito) les viene aún mejor. Los profesionales de segunda son más baratos, encajan mejor en ese esquema mediocre de gestión que consiste en ganar más por la vía del gastar menos; en esos nada excelentes métodos que ya conocían mis abuelas sin haber estudiado un MBA. Además, los recortes de lo caro les acaban sirviendo de fantástico apoyo y justificación para ahondar aún más en la sima de las condiciones laborales de espanto para lo menos caro.
Los profesionales estorban. Estorba lo que hay que pagar por ellos y estorba su criterio, que no se pliega a consideraciones económicas ni políticas. Son una especie de aldea de Astérix en esta romanización de lo vulgar en la que vivimos.
Las naciones más avanzadas del Mundo, aquellas con un mayor nivel de bienestar, valoran y tratan a sus profesionales como oro en paño. Saben que gran parte de lo que son y lo que tienen se lo deben a ellos, y se cuidan muy mucho de permitir que su valor decaiga, o de tolerar que se les ponga en la picota social por el bastardo interés de políticos oportunistas o amantes del dinero fácil, rápido y escasamente meritorio.